“Soy ateo, y no creo en milagros”.
En una antigua iglesia de la ciudad capital, llegó apresurado un señor de andar pausado, de blancos cabellos, con un veladora encendida entre sus manos temblorosas; una oración murmuraba entre sus labios al dejarla bajo los pies de Jesús de su devoción. Era tanta su contemplación que no pude evitar observarlo cómo sus manos arrugadas por los años, se unían en una constante oración y, de vez en cuando se enjuagaba el rostro cuando una lágrima rodaba por su mejilla.
En mi mente, esta imagen, se repetía una y otra vez. Algo o alguien me decía que tenía que conocer su historia. Indudablemente, Dios y el tiempo, nos volvieron a reunir en el mismo lugar, solo que meses más tarde.
-Buenas tardes, le dije. A lo que él amablemente sonrío y respondió. -Buenas tardes, seño. ¿usted siempre tomando fotos? -Sí, le respondí. -¿Puedo hacerle una pregunta? Disculpe mi curiosidad, comenté. Aquella noche, cuándo Jesús estaba en velación, usted le rezaba con tanta fe y devoción, que fue imposible quitarle la vista. Seguramente lo que le pidió, se lo concedió, comenté. Es que se lo pedía con tanto amor…
En ese momento, fue como si el tiempo se detuviera. Veía como el anciano de tez blanca, cerrara sus ojos oscuros, como retrocediendo el tiempo, suspiró y al abrirlos, esbozó una leve sonrisa, me dijo lentamente y con voz entrecortada… “ese día fue especial, mi corazón estallaba de alegría y de oraciones al Médico de Médicos… Dios, obró un milagro”.. ya no pudo seguir hablando. A mí, se me hizo un nudo en la garganta. Solo puede decir, disculpe, no quería ponerlo así. Su mirada se cruzó con la mía, como diciéndome, “Necesito que alguien escuche mi historia”.
Muy cerca del lugar, donde nos encontrábamos, hay una pequeña cafetería, al cual le invité a tomar un café y algo para comer.
-Sentemos allá, mencionó el anciano. Hay un poco más de privacidad, por aquello que llore. Los ancianos, nos volvemos muy sentimentales. Además, me duelen un poco las piernas, es que, a esta edad, es todo dolores uno. Cuídese, me dijo.
Por fin el café y el pastel, nos fue servido. Solo con el humeante aroma, uno recobraba fuerzas. Hasta ese momento, supe su nombre: “Rafael”. –Cómo Rafael arcángel, bromee. Sí, respondió. En ese momento, se inició su narración:
-Ese día que usted me vio. Dios obró un milagro. ¡Sí, seño, los milagros existen! Y fui para agradecerle que la operación de columna vertebral que le hicieron a mi nieto, fue un éxito.
Don Rafael, saboreó un poco de pastel y mientras su mirada, algunas veces se veía cómo perdida en el tiempo; yo, me llenaba de energía, porque es raro que una persona de más de 60 años, tuviese dentro de él esa paz que irradiaba, solo una persona que está en contacto directo con Dios, puede tener. Era, cómo si un ángel estuviese a mi lado… Se sentía tan especial…
Luego de un momento, retomó su relato.
-Hace muchos años, mi nieto Miguel, que desde niño fue inquieto, saltaba, brincaba, andaba de acá para allá, era un alma libre que le gustaba barranquear y muchas veces llegaba todo raspado por sus aventuras de niño, nunca se quejó más de la cuenta por esas heridas. Sin embargo, por azares del destino comenzó con un dolor en los hombros y espalda, la verdad, nunca supe cómo comenzó todo eso. En su adolescencia, ese dolor se agudizó, pero sus padres no le hacían caso, pensaban que era por no ir a estudiar, apoyarles en casa o hacer alguno que otro mandado.
Un día todo se salió de control.
– ¡Cómo a ustedes no les duele! Exclamó enojado Miguel, a sus padres. Tienen tiempo para todo, menos para llevarme con el doctor. ¡Ya no les diré nada, hasta que me vean muerto por el dolor!
– ¡Eres un exagerado! Seguramente, es por tanta actividad que tienes, vas al gimnasio y ahí te has de ver lastimado o lo inventas para no ir a trabajar o estudiar. Todo es un pretexto. –Vociferó Ana, mi hija.
Pasaron los años. Miguel, creció aun más y, el dolor, crecía con él. ¡Imagínese, él ya estaba en la universidad! Yo que podía hacer, ya uno viejo, ni atención le ponen. Hasta que un día, mis oraciones tuvieron respuesta.
Más intrigada que antes, tomé unos sorbos de café, para escucharle con tanta atención y captarle cada palabra que me compartía. Don Rafael, degustó un bocado más de pastel y continuó así:
Un día de tantos, sucedió algo extraño en casa. Debido a mi hija y su esposo, trabajan tanto, siempre llegaban muy tarde a casa, hasta que un día…
– ¡Qué alegre, vinieron temprano a casa! – dijo con Rafael.
-Sí, llevé a Miguel al doctor, respondió Ana. Por su tono de voz, sabía que algo había pasado. Miguel en ese momento, subió a su habitación para dejarnos solos. Creo que fue la mejor decisión.
– ¡Me siento tan mal, papá, porque mi hijo, desde hace años, se quejaba del dolor de cuello y espalda y nunca le hice caso! Siempre le reprendía, le gritaba, no le tenía paciencia. Sí le hubiese escuchado, todo sería diferente. ¡Papá! ¿Ahora qué hago?, Con sus manos, se cubrió el rostro, sus lágrimas rodaban por sus mejillas, como si el cauce un río de hubiese desbordado. En ese momento, créame, saqué fuerza que solo el amor de un padre tiene hacia sus hijos, la reconforté sin decirle nada. Lloraba cómo cuando era niña, y se golpeaba. Ahora, el golpe, era… pero en el alma.
A todo esto, no comprendía nada. Le dije ¿Qué pasa?, ¿Cuéntame bien? ¿qué tiene Miguel?
– Hay que operarlo, casi de emergencia. ¿Cómo te explico esto? –Dijo Ana. Mientras su respiración, se hacía cada vez más normal.
Ana, tomó aliento y me dijo: Una vértebra la tiene como una espumilla, de esas que tanto te gustan. Está tan porosa por dentro, y el poco hueso que le sostiene, ya no aguanta más, la presión que le hacen las vértebras superiores e inferiores; la están presionando tanto que llegará el día que se rompa por completo, si no se hace algo muy pronto. ¡Papá, allí, está la médula espinal, si se lastima… y con voz entrecortada dijo “puede… puede quedar parapléjico o cuadripléjico”. Un silencio, nos envolvió. Ninguno de los dos se movió, solo un abrazo nos fundió en ese momento.
-Mis oraciones siguieron con más poder y fe a ese Ser Superior, para que le diera la salud a mi nieto. Aunque callejero, ¡es mi nieto!, dijo con orgullo. De alguna forma misteriosa, Miguel, comenzó a rezar, iba a misa, tenía esa fe que nunca le había visto antes. Me leía oraciones, escritas únicamente para él. Era como si hubiese encontrado a un ángel, que le ayudaba a cruzar ese río de tormento de dolor, de angustia, de tristeza para convertir en un ser espiritual. Donde se obran los milagros.
Un suspiro rompió el silencio que nos acompañaba en aquella mesa de la cafetería. Nuestro café se había consumido. Un viento frío se filtraba por la ventana que teníamos a nuestro lado. Pedí un poco más de café para ambos, porque la historia no podía quedar así.
– ¡Seño, si yo le contara! Dijo con Rafael. A mi muchechito, lo vi muchas veces acostado en el suelo, el dolor era insoportable, ya no podía más. Pero a pesar de todo, él cumplía con sus tareas, su trabajo y demás compromisos que tenía.
Los horas y días, se hacían eternos, eran exámenes, exámenes y más exámenes. Visitas con los mejores médicos, para tener otro resultado. Nada. Todos los médicos, indicaban que la operación era demasiado riesgosa, aseguraban que se desangraría en ella o si salía con vida, le daban un 5 o 10 por ciento de probabilidades que pudiese levantarse de la cama. Quedaría en estado vegetal (sin moverse por sí solo). Con total seguridad, afirmaban que abría una segunda operación donde le romperían las costillas, abrirle todo el lado izquierdo para operarlo nuevamente. Cuando Ana, finalizó de contarme todo esto, mi corazón se estrujó. Y pensé, Dios esto no puede ser posible. Te lo dejo en tus manos.
¿Qué pasó, con su nieto, don Rafael?, ¿lo operaron? ¡Cuénteme, no sea así! Don Rafael, posó su mano en mi antebrazo, ¡nuevamente sus grandes ojos se posaron en los míos fijamente y me dijo ¡Nunca dude que la fe y del poder de la oración, los milagros existen!
El 28 de septiembre, operaron a mi nieto de la columna vertebral. Ya no recuerdo, cuántas horas estuvo en sala de operación, pero fueron muchas horas de angustia. Lo que sí recuerdo con total precisión fueron dos cosas, una que él me contó y otra, Ana.
Miguel, me contó que un día que rezaba abrió su corazón a la Virgen María, le entregó su dolor, su operación, pidió que le aumentara la fe y le pidió que se manifestara de alguna forma, para no sentirse tan solo en todo ese proceso. Fue tanta su devoción, su fe y su amor, hacia ella, que sintió que una suave mano, le rozaba la suya con total sutileza. Era una respuesta a su plegaria, que le decía “acá estoy”. Esto sucedió, días antes a su ingreso al hospital. Esto lo guardaba celosamente dentro de su corazón.
Posterior, a la operación. El médico, especialista en este tipo de operaciones, reconocido a nivel nacional e internacional por sus intervenciones quirúrgicas, ante Ana, declaró “Soy ateo y no creo en milagros, pero la de su hijo, es uno de ellos”.
Conversando con Ana, me comentó –Papá, si yo no hubiera acompañado a mi hijo a todas las consultas con los médicos, visto todos los exámenes, visto las placas de radiografía, exámenes… te puedo asegurar que las placas que me mostró el médico ese día, ¡no eran las de mi hijo! ¡La vértebra, de alguna forma se estaba regenerando, lentamente! En mi interior, di gracias a Dios, porque el Médico de Médicos, había operado a Miguel.
Miguel, se recuperó rápidamente. Tiene cuatro tornillos y dos placas de titanio en la columna vertebral, la vértebra, ya no siguió deteriorándose. A los tres meses, creo que caminaba, paso a paso, luego con bastón. ¡Tenía una cara de dolor!, pero caminaba con sus dos pies.
A los meses, montó bicicleta por primera vez en su vida. Regresó a estudiar, creo que ahora vive la vida de una forma diferente, ve las cosas de otra forma, sabe que él mismo es un milagro de Dios, qué tiene una misión que cumplir y espero verlo graduado de la universidad, muy pronto.
-Seño, dijo, don Rafael. Ese día, que usted me vio, iba con el corazón rebosante de alegría para agradecerle ante la imagen de Jesús de mi devoción, el milagro que había realizado en mi nieto. ¡Cómo era posible no irle a agradecer, ante semejante acto de amor! Uno muchas veces, se le olvida dar gracias. Créame, todos los días agradezco el estar vivo, el ver las nubes, los árboles, el canto de las aves, ¡Ahora, imagínese él! Miguel, no es el mismo interiormente…
Tomé el último sorbo de café, el cual ya estaba frío, porque estaba tan fascinada con la historia, que olvidé por completo la bebida.
-Don Rafael, el verlo ese día fue casualidad y hoy, tampoco. Dios tiene una misión para mí y es contar su historia a muchas personas que necesitan incrementar su fe, en esos momentos de dolor, de enfermedad, de tristeza; donde nuestra cabeza se llena de por qué a mí, por qué a mi hija, por qués y más porqués. Cómo usted, lo dijo, la oración es poderosa si se pide de corazón y creyendo en que uno ya obtuvo lo que pide a ese Ser Superior y sin claudicar.
Lo que me impactó es que usted, en ningún momento, pensó que no iba a conseguir ese milagro. Creo que, desde el primer momento, usted lo daba por hecho. ¿verdad?, pregunté. –Así es, dijo con Rafael. Nunca dudé de Dios y de su ternura infinita. Todo en esta vida, tiene un para qué. Recuerde, las cicatrices son hermosas para Dios y, él tiene un plan en nuestra vida, aunque muchas veces no lo comprendamos en ese momento.
Por fin, nos despedimos, le di un caluroso abrazo y cada quien continuó su camino. Sin antes, pedirle permiso para contar la historia de Miguel, para que otra persona supiera que los milagros sí existen, que sí hay ángeles en esta tierra (aunque no tienen alas) y todo es posible con amor, fe, oración y poner todo en manos de ese Ser Superior. Recuerda, lo que tenemos dañado es nuestro cuerpo, no nuestro espíritu, donde somos invencibles.
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