Los Cien Metros Planos

Los Cien Metros Planos

24 marzo, 2021 Arte y Cultura Cuentos Escritos varios 0

Autora: Violeta Arredondo

¿Te ha pasado?

No hay mejor medicina que unas buenas carcajadas al iniciar el día. Soy Pedro Pardo.

Un día iba con mi mejor amigo, Joaquín, explorando lugares hermosos que tiene nuestro país, cuando sucedió algo que cambiaría mi día y transformaría nuestra vida.   ¡Fue algo bien chistoso, ahora que lo revivo mentalmente! Ja, ja, ja

A ambos nos gustaba hacer largas caminatas y disfrutar de la naturaleza. Comúnmente cambiamos de ruta, para deleitarnos del cielo, flores, árboles, riachuelos, montañas y más. 

Ese día en especial, nos levantamos más temprano, y Joaquín dice – ¿Qué tal si vamos por aquella arboleda?  Tenemos tiempo para conocer y ver que nos depara ese camino.  Con mucho entusiasmo le respondí -¡Tienes razón, vamos! Seguramente, nos tendrá alguna sorpresa reservada, y así lo hicimos.

-¡Mira Joaquín, cómo se ven los rayos del sol penetrar por esas grandes ramas de ese árbol en flor!. El sol, pareciera abrazar con su luz de colores suaves y cálidos, cada ramificación de ese espléndido ejemplar de la naturaleza.  Era como queriéndole hacer unas tímidas cosquillas sobre su corteza. 

Joaquín, creo que no me ponía atención, porque estaba abstraído viendo si encontraba alguna forma a las nubes que parecían copos de algodón. 

Como hipnotizado por su energía, tamaño y hermosura sin igual, mis pasos me llevaron a contemplar un árbol con gran presencia, es decir, su tronco, ramas y raíces, era como tener vida propia.  Tan ensimismado estaba contemplado aquello, cuando algo rompió mi hechizo…

¡Pedro, cuidado!, -gritó Joaquín.  Era un ave, con vuelo tan potente, rápido que batía sus alas con fuerza como quien va a cazar a su presa con sus garras. 

¡Iba directo a mi cabeza!, mi instinto de supervivencia hizo que me cubriera la cabeza con las manos, sentí cómo su aleteo pasó rozando mi cabello y corrí.  No me dio tregua, y continúo su vuelo atrás de mí.

¡Regresa, Pedro!  Al escuchar la voz de mi amigo di un giro para librarme de mi atacante emplumado.  ¡Ah!, pero no satisfecha, ¡seguía obstinada en mí!   ¡Salí corriendo como quien iba a ganar una carrera! A lo lejos escuchaba las carcajadas de mi amigo Joaquín, mientras yo, transpiraba sin parar.

Llegó el momento, que mi supervivencia hizo que parara, sentía el corazón que se me iba a salir del pecho, las gotas de sudor me corrían por la frente y mi respiración agitada manifestaba mi estado físico en que me encontraba en ese momento.  

¡Dónde está ese pájaro!, dije molesto.  Parado sobre una roca, la busqué por todos lados, y nada de nada.  Estaba completamente solo.  Únicamente se escuchaba el viento fresco que soplaba en mi rostro.  Tomé aliento y regresé adolorido, al lugar donde estaba mi amigo Joaquín.  Este al verme despeinado, cansado, sudado y un poco enlodado, porque que me caí un par de veces, empezó a sonreír y queriendo aguantar la carcajada, ambos reímos a más no poder, hasta que el estómago nos dolió.

– ¿Qué crees que descubrí en ese árbol, mientras tu corrías los cien metros planos?, dijo Joaquín.  

– No tengo la menor idea, respondí.

– Hay un increíble nido y dos polluelos, que emiten melodiosos silbidos o chirridos, como queriendo comer, responde Joaquín.

– ¡Con razón, me corrió ese pájaro, era su madre!, quien al sentirse amenazada… reaccionó así.

Hasta ese momento, me percaté que en una rama de aquel árbol que me había cautivado, se encontraba un nido con estructura compleja, que se camuflajeaba con el entorno y resguardaba el mayor tesoro… unos polluelos.

Pasados unos días, volvimos a caminar por ese mismo lugar, pero con mayor cautela, queriendo ver a los polluelos, que seguramente ya tenían plumas y seguían haciendo alboroto en ese u otro tronco de aquel santuario.   Ahora, somos sus protectores y propiciamos actitudes de cuidado y respeto a la flora y fauna; así como el respeto del hábitat natural de los animales que viven en aquel lugar.

Joaquín y yo, nos sentimos afortunados de haber encontrado ese “lugar mágico” donde todavía reina la calidez, tranquilidad, el aire fresco donde cohabitan muchas especies, dando lo mejor de ellas.


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