La reducción de cabezas de los Jíbaros

La reducción de cabezas de los Jíbaros

4 junio, 2021 Arte y Cultura 0

En la cuenca de los afluentes ecuatoriales del Alto Amazonas, unos 20,000 individuos asisten al crepúsculo de una sociedad guerrera y muy astuta que se empeña en aferrarse a su pasado.  Son los jíbaros, una tribu de siniestra reputación, cazadores de cabezas humanas, cuyo tamaño reducen mediante un complicado proceso nunca revelado.

Hubo un tiempo en que la sola mención de los jíbaros provocaba el inmediato sobresalto de los conquistadores europeos, no solo por lo que habían oído sino porque muchos de ellos toparon sin remedio con una práctica tan insólita como increíble:  decapitaban al enemigo vencido en combate y a continuación reducían la cabeza hasta conseguir que su tamaño fuera menor que el de un puño.

Los shuar, popularmente conocidos como jíbaros, son un pueblo en vías de extinción que habita en la selva ecuatoriana en estado primitivo.  Practican la poligamia y los rituales mágicos, y acceden al mundo etéreo de sus antepasados con ayuda de una páginas, escritas en forma de diario, llamadas ayahuasca.  Es una de las pocas tribus que han conseguido mantenerse al margen de la intromisión europea.

Con tal de preservar su dignidad guerrera, el jíbaro es capaz de emprender una lucha a muerte contra miembros de su propio clan.  Cualquier excusa es válida para saciar su instinto sanguinario.  Aunque pequeño, el poblado de los jíbaros está lidereado por un jefe y el nexo de unión es la familia.  Viven agrupados en una casa grande que, a su vez, se divide en dos alas:  una para las mujeres y otra para los hombres.  Tiene como eterno enemigo a la tribu vecina:  loa achuaras.  Se baraja la posibilidad de que aún hoy sigan reduciendo cabezas, a pesar de que el peso de las severas leyes ecuatorianas y peruanas recae sobre ellos. 

Un brebaje de fórmula desconocida

Los jíbaros son un pueblo guerrero y se enorgullecen de ello.  Tanto así que el líder del grupo se elige en función de los trofeos conseguidos o, lo que es lo mismo, de cabezas humanas reducidas que exhiba, colgadas del cuello, en las fiestas tradicionales.  De esta guisa de espíritu se engrandece, pero el ritual tiene, además, una segunda intención:  el alma del muerto (muisak) se desvanece para siempre y nunca podrá vengar su crimen.

El proceso de encerrar el alma en la propia cabeza es largo y complejo, y está cargado de conjuros y fórmulas mágicas.  Nada puede retener al muerto en esta tierra, por eso, como medida precautoria, se cosen los párpados para que jamás pueda ver.  Su piel se tiñe de negro para sumir su conciencia en la más absoluta oscuridad.  Antes han extirpado los huesos del cráneo.  Los dientes y los ojos son una ofrenda a las anacondas de los ríos.  Después de pelar la cabeza recién cortada y condimentada con una extraña pócima, la introducen en agua hirviendo en un caldero.  Esta macabra operación continúa con una incisión vertical en la parte superior de la cabeza por la que se extrae el contenido.  El paso final consiste en cubrirla con un manto de tierra y piedras calientes.  Al cabo de un tiempo, la calavera presenta una réplica del rostro del enemigo del tamaño de un puño.

Se amortaja la cabeza yacente (tsantsa) con una tela y queda guardada en una vasija de barro.  Han sido seis días de intenso trabajo, con un resultado perfecto.  Pero ¿cuál es el secreto de la excelencia de esta práctica mágica?  Los jíbaros lo custodian con sumo celo, y la ciencia contemporánea no ha conseguido descubrir los ingredientes que constituyen el brebaje. 

Ceremonias macabras

La decapitación no es exclusiva de los jíbaros, ni tampoco los rituales sangrientos con el enemigo, que se repiten en el transcurso de la historia en unos y otros rincones del planeta.  Los griegos convertían a sus prisioneros de guerra en esclavos y los espartanos organizaban «partidas de caza» contra sus siervos ilotas para entrenar a los soldados adolescentes.  Aciago era también el destino de los cautivos españoles e indígenas aliados a Hernán Cortés,  a quienes los aztecas reservaban un ritual tan espeluznante como meticuloso.  Los sacerdotes les emplumaban el cuerpo y luego eran obligados a bailar frente a sus dioses hasta que llegaba el momento de arrancarles el corazón en el altar.  Empujaban el cadáver por una gran escalinata y posteriormente le cortaban las extremidades y las preparaban para el banquete.  Existen documentos que confirman también la decapitación de prisioneros cristianos por algunas tribus de Brasil, en una ceremonia que se inicia con la depitación de todo el cuerpo, para después agasajarlos con bellas mujeres hasta que llega la fiesta.  Entonces, el cautivo ha de beber y bailar antes de que el guerrero que lo ha capturado le parta el cráneo y le corte después la cabeza y las manos.  Su cadáver servirá de suculento manjar a los guerreros.

 

Imagen tomada de:  http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/18189621/Cabezas-reducidas-Realidad-o-ficcion.html

 

 

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