Pepito, así te decían..
Casi tres años no veo tus hermosos ojos cafés, y tu pelito blanco, que el tiempo inexorable no perdonó. Tengo tantos recuerdos en mi mente y en mi corazón que podría escribir un libro con todas tus travesuras. ¡De verdad, desde el primer día! No eras un cachorro de «pura raza», eso no me importó, porque tu ojos me enamoraron.
Recuerdo que dije – Lo voy a ver bien la luz. Porque era de noche y… ya no saliste. ¡Ya tenías un hogar! Mis gatos, saltaban por todos lados. ja, ja, ja, ja. No sabían que era esa «cosita» café que andaba caminando y ladrando por ahí. ¡Todo tu hocico negro era negro!. Eras tan pequeño, que la muñeca de mi sobrina, era más grande que tú. ¿Te recuerdas que te tomé una foto? Tenías un rasguño cerca de la nariz.
Fuiste creciendo, ¡así como tus travesuras!. De verdad, que no salías de una, para meterte en otra. Masticabas los zapatos, rompías las mangueras, destrozabas las plantas, te trabaste en el banco de plástico, ¿cómo metiste la cabeza en el florero? Recuerdas que te lastimaste una pata, y quizás te dolía tanto que «mordiste a mi hermana». ¡Me salió caro, porque te tuve que curar y pagarle doctor a mi hermana! No me importo, eras mi perro. Nadie duda, a pesar de los años, que eras un buen perro guardián. No dejabas entrar a nadie. Nadie que no fuera de tu casa, podía asomarse a la ventana, porque te tenían miedo. Realmente, eras un amor de perro, cuando querías, ja, ja, ja.
Uff, creo que podríamos haber ganado mucho dinero promocionando productos de comida, ¡Eras muy bueno con eso! Digo, degustando. Te gustaban mucho los helados Sarita, sabías perfectamente que dentro de esa bolsa negra había uno para ti. ¿Qué decir de los shucos? Tenías tu mitad. Mucho tiempo pasó, y siempre compraba uno más, porque sabía que me ibas a estar esperando.
¿Te recuerdas que mi hermana te enseñó a comer bombones? ¡Claro! ¡Ponías tus patas cruzadas para agarrar bien el palito!. ¡Disfrutabas el verano! Comías fruta de temporada. Sí, eras un perro consentido. Eras mi perro.
Por supuesto, tenias tu propio pastel de cumpleaños. Te recuerdas que ganaste un pastel para tu cumpleaños. ja, ja, ja. Tenías suerte hasta en estas actividades de las pastelerías. Por lo menos, no me pedían que llegara el festejado. ¡ups!
¡Qué te quede claro! ¡En mi computadora, tengo más fotos tuyas que mías!. Eso sí, te «hacías el loco» porque no te gustaban, en eso sí nos parecíamos y mucho. Hacías caras, te ponías enojado, muchas veces te ibas, gruñías, volvías la cara. En algunas ocasiones estabas «de buenas» y hacías payasadas. Me daba risa, cuando sacabas tus colmillos, como vampirito y dabas vueltas; luego te ibas. De verdad, no sabes cuánto te extraño. Todavía tengo tu fotografía en mi celular…
¿Las visitas a la veterinaria? Desde cachorro, fuiste un rebelde sin causa. Primero te veía Rita, una doctora bien cariñosa y tierna, pero siempre, siempre, siempre le gruñiste e intentabas morderla. El bozal, nunca te lo pudimos poner ni el arnés, casi se quedó nuevo. No quedó de otra, que llevarte… encapuchado ¡Puro San Carlista!. Las personas, nos miraban, cómo diciendo tiene rabia, ha de ser muy bravo, ¿y estos por qué llevan así al perro? A pesar de todo, le gruñías al doctor y le querías morder…
Eras un dramático, en una ocasión te aferraste a mi pierna con tus patitas delanteras, me dio tanta risa, porque fue la primera vez que lo hiciste. Pepito, te decía. Teníass varios «nombres» y por todos entendías; pero tu nombre oficial era «Spike».
Los años pasan tan rápido, que no te vi crecer, no vi en qué momento tu pelito se se puso blanco. ¿Por qué los años pasan tan rápido o será que disfruté tanto tu compañía que no los sentí? … Siempre estuve pendiente de tus cosas. Emocionada compré tu casita, que por cierto, no te gustó. Por alguna razón, decidiste dormir en el techo de tu casita que dentro de ella. Así que el carpintero, la modificó. Gracias a Dios, el carpintero venía y «transformaba» tu casita, la fue adaptando a tus necesidades de cachorro a «viejito». Todo era por tenerte lo más cómodo posible.
Recuerdo las compras al supermercado de tu concentrado, de lo «selectivo» que eras con tus «bolitas». En algunas ocasiones, mezclabámos dos concentrados y ¡Bien sabías que no era el mismo! En algunas ocasiones, lo olías y no te lo comías o «seleccionabas» las que sí te gustaban, las otras las dejabas en tu plato. ¡Como olvidar tu bote de vitaminas, tus galletas «biscuit» (que no podìan faltar), shampoo de avena para piel sensible! Tenías, talco, cepillo, chalecos de verano y contra el frío, cepillos, peluches, pelotas… ¡Creo que fuiste un perrito feliz!
Pasaron los años, ya entrada en años, tus señales de vejez fueron más marcadas. Lastimosamente, comenzaste con tus achaques de la tercera edad, nunca me importó invertir en tu comida, medicamentos o visitas médicas que eran más frecuentes o en las visitas domiciliarias… ¡Sabías cuánto te quería y eras mi responsabilidad tenerte bien, como un miembro más de mi familia!
Los últimos días sabía que estabas enfermo, eras necio porque no querías quedarte adentro, sino afuera. Recuerdo muy bien, que sin saberlo, dos días de decirnos adiós, «obligado» estuviste en la sala y estuve a tu lado en el sillón. Dormí a tu lado para cuidarte mejor. Presentía algo. ¡No te podía dejar solo!. Recuerdo, que ponía mi mano en tu nariz, para sentir tu respiración. Te levantabas, te tapaba, te dormías y así sucesivamente. Así amanecimos.
Todavía hoy, recuerdo tan bien ese día… Gracias a Dios, hubo sol y te puse sobre tus colchas para recibir los rayos del sol. Entraste a la sala y al pararte te vi que estabas «mareado», a pesar de todo te levantaste y me pediste que te abriera la puerta de salir al patio… te fuiste con tus pasitos lentos, caminando por todo el corredor…, te quedaste parado, continuaste hasta el fondo de la casa y regresaste. Era como si te estuvieras despidiendo de tu hogar. ¡Al recordarlo, todavía lloro! No dije nada y me hice la fuerte. Regresaste y acostaste.
Hay momentos en la vida, que uno no olvida, y esa noche, fue una de ellas. ¡Esa noche, fue la más triste! De recordarlo, me embarga el sentimiento, la tristeza y recorren por mis mejillas las lágrimas… ¡Esa noche, en mis brazos, me dijiste adiós, abrazados estábamos cuando exhalaste tu último aliento…! ¡Dios que triste! ¡Te hable sin hablar, te dije palabras que únicamente el corazón y el alma pueden escuchar en esos momentos.! Te persigné y te entregué a Dios, cerré tus ojos cafés, recosté suavemente tu cuerpo inerte… ¿Qué decir de mi familia? Ya se pueden imaginar la escena, cuando fallece un ser querido. ¡Eran lágrimas, despedidas, corazones rotos! ¡Hasta mis gatos lo comprendían!
¡Sí, me quedé «acompañándote» esa noche! ¿Cómo podría dejarte solo? No sé cuanto recé, te acariciaba y lloraba. Al mismo, tiempo decía que no debía hacerlo, porque no te hacía bien, te debía dejar ir. Al siguiente día, era día laboral. Hasta la fecha, sigo agradeciendo por los jefes que he tenido porque comprenden mi amor por los animales. Dije la verdad, tomé ese día a cuenta de vacaciones. No te podía dejar solo, eras mi mascota, mi familia.
Hice los trámites para la cremación. ¡Esa despedida no fue nada fácil! Tu «hermano, hermana, tu abuela y yo», todos humanos, estuvimos a tu lado. Verte salir… fue un dolor indescriptible. Llorábamos porque por doce años estuvimos viendo esos ojos cafés, y ahora… nada. ¡De verdad, quería que te trataran con toda suavidad, ternura, amor del mundo, con todo el cariño que nosotros sentíamos por ti, que nada te rozara aunque ya no sintieras! ¡Mi Pepito, me robaste parte de mi corazón!
Días pasaron y era difícil entrar a la casa sin verte, sin tu bulla… sin el sonido de tus uñitas en el corredor, el irte a buscar porque «la mente no aceptaba el hecho que no estabas», era tragarse tu nombre… Muchas veces, veía las nubes y me imaginaba que me veías desde muy, muy lejos y te decía ¡No te vayas a caer de esa nube!
Pasó mucho tiempo y tu «última casita» seguía en el mismo lugar. Era el no aceptar tu ausencia, quizás pensaba que te iba a volver a ver y, solo estabas de «vacaciones».
Hacer una reseña «corta» de tu vida Spike, es para decirte desde lo más profundo de mi corazón, que eras un perro que amaste con locura a tus amos, siempre los viste como familia, en cada momento de vida (aun enfermo) estuviste pendiente de ella, ¡Tu personalidad te hacía diferente!, ¿Te recuerdas como «defendías a «tu hermano»?, hablabas sin hablar, fuiste fiel. Nunca te importaba si te regañaban por comerte la comida del gato, porque al rato le estabas moviendo la cola.
Creo que ya te conté que mi mamá adoptó un perrito, mejor dicho, él se autoregaló. Ya sabes la historia. Sigue acá todavía. A pesar del tiempo, te seguimos queriendo.
En algún momento, nos vamos a reencontrar al otro lado del Puente Arcoiris. ¡No creerías que los años han pasado, tu hermano humano ya creció, se casó y tiene foto tuya en su casa!. Lo sabes, ¿verdad?
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