¿Eres un pivote?
Un día de esos, que lo único que deseas es llegar temprano a tu casa y descansar, el transporte no pasa y cuando abordas, vas como una “sardina” (de apretado) y a tu lado, van dos personas cómodamente sentadas, disfrutando una amena conversación… no hay de otra que escuchar.
En esta conversación, la que más argumentos realizaba era una persona entre unos sesenta a setenta años de edad, su cabello totalmente blanco, complexión delgada, su vestimenta estaba muy bien combinada, su rostro (no lo puede observar), pero sus manos y la voz, delataban esa edad. A su lado se encontraba una señora de tez morena obscura (creo que estaba quemada por los rayos solares), complexión mediana, con una blusa escotada con tirantes (sin llamar mucho la atención) y a un lado, iba un niño moreno de unos 6 años de edad.
La conversación desarrollada, iba más o menos así:
-Anciana: ¡Qué calor hay, y las personas no abren las ventanas!
-Señora: Sí, la gente, no sé porqué no las abre y mire, cuántas personas van.
La conversación continúo más o menos en la misma temática. hasta que algo captó mi atención. -Usted, no debería salir sola, comentó la señora. -Mis hijos ya están grandes y me querían meter a un asilo. Yo me opuse, estoy bien en mi casa. Respondió, la anciana.
Acá, se puso interesante, la conversación. Nuestro transporte iba un poco lento, tenía calor, hambre y sed. No me podía mover a ningún otro lado, a lo cual pensé. Escuchemos, la conversación.
-Anciana: Los hijos, unos los cuida, les enseña a valerse por sí mismos, pero ya de grandes, cuando tienen dinero, forman su familia, uno ya no es prioridad en su vida. Es cierto, que ellos tienen un carrera, sus hijos y algunas veces, me llaman o me van a ver.
-Señora: Es que ellos deberían cuidarla más o ponerle a alguien que la cuide, ya que tienen un buen trabajo. Usted, ya está grande.
-Anciana: Sí, yo les enseñé a lavar, planchar, cocinar, hacer limpieza. Que se valieran por ellos mismos, porque aunque yo enviudé muy joven, ellos son hombre de bien.
-Señora: ¡Qué bendición esa! A este mi hijo, aunque está pequeño, le enseño a levantar sus trastos de la mesa, que limpie algo…
-Anciana: Desde pequeños se les enseña. Todo se aprende en casa. Ahora, los padres, piensan que los valores, la educación son las maestras las obligadas a enseñarles. Cuando uno, como madre, es quien debe inculcarles eso. No ya de de grandes. Vea pues, que de a sombrero. Se quieren quitar obligaciones.
-Señora: La verdad, que sí. En casa y desde pequeño a este (hijo) le voy enseñando a respetar, a pedir permiso, a decir buenos días, a darles de comer a los pollos.
-Anciana: ¡Eso está bueno! Porque tiene que aprender a respetar a todos. Ya va a crecer, y le va ayudar más. Tiene que seguir estudiando, porque la vida no está fácil. -Así le dijo yo a él, estudia, hacé tus deberes, no andés jugando por ahí… aunque cuesta usted, respondió la señora.
Anciana: Nuestra tarea como madre no es fácil. Tenemos que ser pivotes de los demás. Aunque uno esté bien fregado, los hijos, aunque estén casados, siempre buscan el apoyo de su madre. Véame a mí, ante ellos tuve que ser fuerte, cuando murió mi esposo, fui esa columna resistente, ese lugar donde les podía proteger de todo. Usted, pase lo que pase, tiene que aguantar, soportar y no desfallecer. Para sus hijos, usted, será el ejemplo a seguir.
El mundo da tantas vueltas, que uno nunca sabe cómo va a morir. Tenemos épocas muy, muy buenas, otras regulares y otras que lo único que nos queda es aprender la lección. Todavía de grandes, los hijos, la mayoría de veces, regresan al hogar, porque ahí están los cimientos de su niñez.
Me hubiera gustado seguir escuchando a esa anciana, seguramente de caminar pausado, pero que en caballero estaba lleno de sabiduría, esa sabiduría que solo los años te pueden dar. Las madres, siempre serán nuestras madres. No las escogimos al nacer. No tienen un manual de cómo enseñarles a los hijos, sin embargo, dan lo mejor, resisten como nadie se lo imagina, son nuestro soporte, toleran miles y miles de cosas, afrontan muchas vicisitudes (algunas veces ni nos enteramos), hace milagros con el dinero. Ellas son el soporte de nuestras vidas.
Recuerda, ni una hoja del árbol se cae sin la voluntad de Dios. Algunas veces, somos el apoyo de alguien, otras veces nos ayudan a resistir, pero siempre habrá “algo” que nos sostenga. Nunca estás solo, no lo olvides.
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