Si el árbol te contara…
Según científicos las raíces de los árboles están interconectados y se comunican entre ellos, para saber qué está pasando a unos kilómetros donde encuentran, si existe alguna plaga (insecto) que les haga daña para que iniciar a segregar determinado líquido…
En otra oportunidad, compartían que los árboles “emitían” determinada frecuencia al “ser cortados” (dolor). En ese momento, y todavía hoy, me parece asombroso eso. Cada día, los descubrimientos científicos son cada vez más avanzados, tener más conocimiento y como dijo un gran filósofo “Yo solo sé, que no sé nada” (Sócrates).
Un día asistí a una reunión, llegué temprano, caminé por los pasillos hasta dónde una cinta de color “amarillo” me lo permitió. Me quedé allí parada, exhorta en el tiempo, mis pensamientos divagan a no sé cuántos recuerdos, momentos, donde uno como niño, era feliz teniendo un árbol a su lado.
¿Qué niño o niña, no trepó en un árbol?, ¿Cuántos no disfrutamos de un columpio, hecho de una llanta y era colocado en una de sus ramas?, ¿Quién no vio el paisaje desde la rama más alta?, ¿Alguien dijo, me caí del árbol?, ¿cuántos no disfrutamos de los frutos de este?, ¿cuántas anécdotas las ramas de los árboles escucharon y se quedaron ahí, escondidas, secretas entre su clorofila?
Viendo desde lejos este frondoso árbol y esa banca, ubicada en la parte inferior del mismo, pensaba ¿Cuántas personas habrán tomado un descanso en ella?, ¿cuántas personas se habrán beneficiado de su sombra en los días más calurosos?, ¿Aquellas ramas habrán escuchado alguna propuesta de amor?, ¿algún secreto, que quedó grabado en su corteza?, ¿habrá algún fantasma rondando por sus ramas en los días más oscuros?.
Moví mentalmente ese árbol y esa banca, al campo y me la imaginé con un hermoso atardecer, las patitas de las aves posadas sobre las ramas, el canto de jilgueros donde el viento sopla cálidamente… Mientras que un abuelo, con su piel ya arrugada por los años, con una mano sostiene un bastón que le sostiene, para mantener el equilibrio, sus ojos grandes, de color café, ya cansado por los años y con una expresión tierna, ve con amor a los niños que están sentados a su alrededor bajo la sombra de aquel majestuoso árbol.
Si el árbol te contara, ¡cuántas historias, aquel abuelo de corazón inmenso! contó a sus nietos, amigos, vecinos. ¡Qué enseñanzas de vida y sabiduría les contó a través de cuentos! ¡Ah, si fuera humano, decía el árbol, me gustaría ser como aquel abuelo!
Todo cambiaba en las noches de luna llena, cuando los niños rogaban al abuelo les contara “cuentos de miedo”. Las aves, ni se movían de sus nidos; el árbol como que comprendiera que narraba, les hacía una “mala pasada” al mover sus ramas de una manera inesperada o hacer una sombra que hacía saltar a más de uno. ¡Qué buenos recuerdos, eran!
Hoy, el árbol y la banca, han quedado solas. Esperando a más de algún incauto que se acerque a contar alguna historia… ¿Te atreverías tú?